La noche del jueves pasado comenzó con un estrés impresionante, mi madre apresurándome, la mamá de Mónica entrando en sentido contrario a la autopista, el frío, la espera, la obligación de vestirte de azul o si no no podrías entrar, las t%&$#"s de Fiorensa y Daniela que no llegaban, el retraso de Halenia, la gente hueca y superficial que esperaba con cara de i´m-too-good-to-be-true afuera del recinto de perdición y altos precios llamado MINT. El momento que yo había temido por días llegó, tuvimos que entrar al lugar este, y poco a poco mis ganas de vomitar aumentaban, claro que el sentimiento era totalmente justificado, pues me encontraba con la crema y nata de la estupidez en ese lugar, y, justo en el momento en que nos acabábamos de sentar se nos acercó un oompa-loomopa con cara de tizoc vestido de mesero para sugerirnos obligadamente que consumiéramos pronto una botella or else...
Halenia comenzó a exasperarse y Fiorensa y Daniela aún no entraban, mi estómago se revolvía cada vez más, me quede sentado observando como la gente que se esparcía por el terrible lugar parecía una manada de monos enloquecidos semejantes a los que aparecían al principio de una famosa película de Kubrick, y todos con sus caras pretenciosas y sus tragos de alcohol que los hacían sentirse de la realeza se pavoneaban frente a mis ojos como un desfile de grotescas figuras amorfas.
Despúes de algunos grados de alcohol en mi sangre y un cigarro bien merecido el lugar no parecía ya tan terrible, y con fiorensa ebria, Halenia aún más el ambiente comenzó a tornarse peligroso. De la nada dieron las tres de la mañana y yo ya quería salir de aquel lugar antes de que asfixiarme cual judío en cámara de gas, pero surgieron dos impedimentos, al parecer el Austrolophitecus del mesero exigía su propina como si fuera el único sueldo que le pagaran y Aquiles, el venenoso anfibio gungano del planeta Naboo y hermano de Halenia, estaba más borracho que José José en los ochentas, así que no había nadie que nos llevara a la casa. Yo comencé a estresarme aún más y Halenia le saltó encima a su hermano como si fuera un antílope herido listo para ser devorado y poco a poco la velada del terror se convertía en una representación de cualquier película de George A. Romero, aunque en vez de zombies eran alienígenas ebrios.
Despúes de una larga pelea con el mesero pudimos salir del lugar con una extraña sensación de triunfo y decepción, camino a casa no comenté nada pero sobre mi cabeza sólo pensaba, jamás vuelvo a una fiesta organizada por Halenia y sus amigas en un antro en el que la gente que va termina peor que en cualquier cantina de dos pesos del Zócalo, y tampoco vuelvo a confiar en un Aquiles, de dudosa capacidad mental e inducido por sustancias alcohólicas al volante.
Así que cuídense de los peligros nocturnos y jamás, jamás, vayan aun antro con Halenia... THE END